La invención de Gerdex, un desinfectante de alto nivel, utilizado en hospitales y clínicas, es una odisea criolla con todos los ingredientes de humor y tenacidad que implica esa categoría. Su inventor: Rodney Martínez, un administrador que se dedicaba a comercializar equipos médicos cuando llegó el funesto viernes negro.
Su misión: decidió crear un anticorrosivo con la ayuda de un libro de 20.000 fórmulas industriales y sin más nociones de química que las aprendidas en bachillerato. A pesar de lo improbable que resultaba su propuesta, Martínez se entregó a ella durante dos años con fe a prueba de obstáculos. Su esposa lo apoyó hasta el punto que, a la hora de hacer los exámenes microbiológicos, vendieron desde el carro hasta la acción en el club. Gracias a esos estudios, obtuvo el veredicto. “En el IVIC me dijeron: no lograste un corrosivo, pero tienes tremendo desinfectante”. Algo es algo, se dijo. Allí vino la segunda prueba marital: vender la casa para costear la producción. “Durante un tiempo vivimos en un hotel de Sabana Grande, mi mujer, mis hijos, mi suegra y yo”, recuerda Martínez con el humor de las pruebas superadas. Luego de la odisea, el destino sólo podía ser benigno. “En el IVIC me dijeron: aquí tienes la octava maravilla y yo me morí de la risa”.
Pero lo cierto es que su invento comenzó a generar beneficios inesperados. “Se demostró que no es tóxico y aniquila la flora microbiana en 30 minutos, cuando los otros lo hacen en seis horas”. Martínez comenzó a hacer desde las etiquetas, hasta enfrentar con cara de póker la frase de “¿Es venezolano? Entonces no lo compro”. Una vez más, venció la persistencia. “En 1987 lanzamos Gerdex y en 1995 teníamos 52% del mercado local”. El producto adquirió notoriedad no sólo en la desinfección de instrumentos médicos. Además, reveló virtudes inesperadas. “Ha sido utilizado con éxito en el tratamiento de personas quemadas”, asegura Martínez con pruebas en la mano.
Aunque todavía no ha sido aprobado su uso como antiséptico, hay quienes lo emplean hasta para hacer gárgaras (incluido su inventor). A estas alturas, la apuesta de Martínez ha dado dividendos. No sólo surte al mercado nacional y latinoamericano. Tal es la demanda en Europa, que va abrir una planta en España y cuenta con el aval del Instituto Pasteur de Francia. “En Alemania lo han utilizado incluso para limpiar los establos contra el mal de las vacas locas”.
Su misión: decidió crear un anticorrosivo con la ayuda de un libro de 20.000 fórmulas industriales y sin más nociones de química que las aprendidas en bachillerato. A pesar de lo improbable que resultaba su propuesta, Martínez se entregó a ella durante dos años con fe a prueba de obstáculos. Su esposa lo apoyó hasta el punto que, a la hora de hacer los exámenes microbiológicos, vendieron desde el carro hasta la acción en el club. Gracias a esos estudios, obtuvo el veredicto. “En el IVIC me dijeron: no lograste un corrosivo, pero tienes tremendo desinfectante”. Algo es algo, se dijo. Allí vino la segunda prueba marital: vender la casa para costear la producción. “Durante un tiempo vivimos en un hotel de Sabana Grande, mi mujer, mis hijos, mi suegra y yo”, recuerda Martínez con el humor de las pruebas superadas. Luego de la odisea, el destino sólo podía ser benigno. “En el IVIC me dijeron: aquí tienes la octava maravilla y yo me morí de la risa”.
Pero lo cierto es que su invento comenzó a generar beneficios inesperados. “Se demostró que no es tóxico y aniquila la flora microbiana en 30 minutos, cuando los otros lo hacen en seis horas”. Martínez comenzó a hacer desde las etiquetas, hasta enfrentar con cara de póker la frase de “¿Es venezolano? Entonces no lo compro”. Una vez más, venció la persistencia. “En 1987 lanzamos Gerdex y en 1995 teníamos 52% del mercado local”. El producto adquirió notoriedad no sólo en la desinfección de instrumentos médicos. Además, reveló virtudes inesperadas. “Ha sido utilizado con éxito en el tratamiento de personas quemadas”, asegura Martínez con pruebas en la mano.
Aunque todavía no ha sido aprobado su uso como antiséptico, hay quienes lo emplean hasta para hacer gárgaras (incluido su inventor). A estas alturas, la apuesta de Martínez ha dado dividendos. No sólo surte al mercado nacional y latinoamericano. Tal es la demanda en Europa, que va abrir una planta en España y cuenta con el aval del Instituto Pasteur de Francia. “En Alemania lo han utilizado incluso para limpiar los establos contra el mal de las vacas locas”.